UN ANIVERSARIO DE BODA, Y UN DESTINO… SANTANDER
Después de dos años sin salir de casa, el año pasado decidimos ir con la familia (mis padres y hermana con su marido e hijos), a celebrar no el fin de la pandemia, pues todavía estábamos bajo restricciones (debíamos guardar distancia en los restaurantes, mascarilla en lugares cerrados y por la calle, etc) sino, que mis padres cumplían su 50 aniversario de boda.
Unas bodas de oro, que dos años antes, sentados en la terraza de casa de mis padres, planeábamos celebrar.
Invitar a la familia, convite, fotos, regalos,…la música, vídeos dedicatorios de la familia, flores, el coche que los llevaría a la iglesia. Se casarían en el pueblo. Mi madre llevaría un vestido beis precioso con tocado, y mi sobrino la llevaría al altar. Mi padre con un traje gris oscuro, sería el que fuera del brazo de mi sobrina. Y delante, llevando las arras y anillos, mis hijos.
Nada pudo ser. La pandemia frenó todo plan que tuviésemos en mente. Y aunque hicimos un pequeño intento de celebración, reduciéndolo a familiares más cercanos, finalmente, se eliminó la idea porque el uso de mascarillas y las distancias, no iban a ser de mucha ayuda en una celebración tan especial.
Mis padres se merecían lo mejor, y personalmente, me hubiese gustado darles aquello que en su día no les fue posible. Finalmente, todo quedó reducido a un viaje, que mis padres quisieron regalarnos la familia. Lo pagaron absolutamente todo: hotel, restaurantes, entradas, etc.
Santander fue el lugar elegido. De muchos lugares que se propusieron acabamos aquí. Yo, propuse éste sitio. Primero porque ya lo había visto, y es muy bonito. Segundo porque justo dos meses antes del confinamiento, tuvimos que anularlo.
Teníamos ya reservado el hotel, y tenía vistos los lugares a los que quería llevar a mis hijos. Todo quedó en el cajón de los «algún día iremos»… así que, cuándo después de tantas y tantas propuestas no había decisión, y sobre todo, viendo la situación actual (viajar en avión, requería tener el cetificado COVID-19, y costaba muy caro), se decidió por unanimidad dar una oportunidad a un viaje que se había quedado en el olvido.
Por ésta época teníamos ya a nuestro perro, y mi marido ni remotamente pensaba dejarlo en casa (tenía un año), ni a la familia pues no podía ninguno.
Así que, casualmente, tras meditarlo, y ya digo casualmente, el hotel que propuso mi hermana, admitía animales. Así que, hubo alguna que otra traba, pero finalmente Ryder, que así se llama, se vino con la familia.
Al principio, creí que se lo tomarían mal. Pero, cómo ya digo la situación nos hizo fácil todo. Santander y alrededores, son de espacios abiertos, paisajes. Por lo que apenas mi marido tuvo que quedarse esperando con Ryder. Además, con mis hijos, tampoco es que vaya de museos. Así que…
Tenía ya varias rutas que quería hacer y eran fáciles para los niños. Ésas las dejamos. Aparte, mi hermana propuso otras, y adaptamos un viaje, que no salió mal.
Digo no salió mal, porque mi familia y mi marido, difieren bastante en gustos. Mientras que a mi hermana y mis padres, les encanta caminar y caminar, detenerse y leer y leer, entrar en todos y cada uno de los lugares por los que pasamos (iglesias, castillos, museos, etc, etc)… a nosotros, y ahora mi incluyo, porque es MI familia… nos gusta más, ir pasando de soslayo viendo las cosas, y sólo detenernos en aquello que pensamos nos gustará a los cuatro.
De Santander destacaré Cabárceno, y dos rutas muy bonitas para ir con niños. Una de ellas por un acantilado, y la otra el bosque de las Secuoyas. Una maravilla de la naturaleza. Y claro, el Palacio de la Magdalena.
El resto, pues es trata de coche, pueblos atestados de turistas, y rutas muy largas dónde caminar más de una hora con niños, no es viable (todo ello desde mi propia experiencia, y hablando de MI familia). Y sin ni mucho menos menospreciar absolutamente nada de Cantabria, pues es todo precioso.
Creo que será uno de los últimos viajes que hagamos juntos. Acabé algo estresada por lo que ya he comentado, las diferentes formas de hacer turismo que tenemos mi hermana y yo. Sé que mis padres disfrutaron porque íbamos todos, pero no lo disfrutaron cómo yo hubiese querido.
En los desayunos, y algunas comidas y cenas, estábamos separados, porque así lo exigían las normas COVID-19 (de hecho Santander fue uno de los lugares dónde más restricciones pusieron debido a los contagios). Mi hermana que no llevaba muy bien el tema contagio, no quería compartir comida ni apenas acercarse a mis padres por miedo.
Y yo, que no quería ser la «rebelde» de la familia, decidí comportarme cómo debía. Distanciamiento, no besos, no abrazos, y medidas extremas de seguridad. Por ése lado, lo pasé muy mal, porque vi a mis padres cómo pagándonos un viaje a una serie de extraños, y no a su familia que los quiere y agradece todo el esfuerzo que hacen a diario por nosotros.
Dejando a un lado todo esto, un año después, pues nos fuimos por éstas fechas, queda en el recuerdo el viaje por el 50 Aniversario de mis padres.
Por cierto, cómo anécdota, decir que en Cabárceno hay varios teleféricos que son una maravilla. El paisaje del parque desde arriba es impresionante. La anécdota; nos quedamos parados arriba unos 10 interminables minutos. Justo dónde más altitud había. Y sin que nadie te dijese cuánto iba a durar aquella avería, ni qué había pasado. Fue realmente agobiante. Íbamos mi madre que sufre ansiedad, mis sobrinos, mi hermana y cuñado, mi hijo pequeño de 5 años y yo.
He de decir, que la valentía de mi hijo pequeño fue de agradecer, pues yo intentaba calmarle, y él me decía «pero mamá porqué me dices que no pasa nada, si ya lo sé, no tengo miedo».
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