16 DE MARZO DE 2020, éste día fue el primero, el primer día de nuestro confinamiento en todo el Mundo. Se dice pronto, pero así fue, una pequeña cárcel-casa, para muchos.

Recuerdo que era sábado, y justo el día anterior, viernes, le pregunté a la profesora de mi hijo mayor, si había noticias sobre la posible suspensión de las clases, puesto que estaba ocurriendo en otros países. «Todavía no se sabe nada» me contestó. Y volví a casa, suponiendo que todo iba a pasar, o que en caso de suspensión de clases, sería s´olo durante unos días.

Mi marido, me llevaba advirtiendo desde hacía un mes, «ésto no es un simple resfriado, no es una gripe fuerte…en China están muy mal, y están cerrando todo y confinando a los ciudadanos». Exagerado le decía. Y él, ya llevaba un mes sin coger el bus para ir a trabajar. Cogía el coche, y yo, me preguntaba, qué raro!, con lo difícil que es aparcar por su trabajo…Aún así, cuándo hablaba con otras personas, siempre era, «no es para tanto».

Ése viernes, volvimos a casa del colegio con total normalidad. Y, por la tarde la noticia «ningún ciudadano podía salir a la calle, cierre de comercios, excepto supermercados, farmacias, o ´comercios indispensables para alimentación o abastecimiento de medicamentos.

Los hospitales comenzaron a desbordarse, las UCIS, escasez de medicamentos, de mascarillas. La gente, no sabía muy bien qué pasaba, y comenzó a comprar a lo «loco», papel higiénico, harina, aceite, pasta…etc. productos que se pudiesen almacenar durante tiempo. Las noticias eran devastadoras en toda España, y el mundo entero. Parecía una película, calles desiertas, silencio absoluto, sólo roto, a las 20 horas cuándo se decidió que era hora de aplaudir la labor de los sanitarios. Exhaustos de atender a enfermos que morían en las salas de los hospitales por no poder ser atendidos en las urgencias médicas. Por desconocer los efectos secundarios de un virus que mutaba según país o persona. No había vacuna por supuesto, y todas las farmaceúticas, comenzaron a elaborar y a trabajar en algo que desconocían. A probar en animales y personas voluntarias. Era un colapso en toda regla, ni gobierno, ni autoridades sanitarias, sabían por dónde debían ir las ayudas a la población. Diariamente en televisión, decían el porcentaje de contagios, de muertes y la situación tan alarmante que estábamos pasando.

Pero en casa de cada persona, la situación tampoco era mucho mejor. Familias numerosas con poco sitio, niños con problemas para poder continuar estudiando en casa por falta de ordenadores o tablets. Los colegios tuvieron que preparar una plataforma para poder conectar con los alumnos. En mi caso he decir que fue todo muy bien. Pero, en otros hogares la solución no fue tan fácil. Falta de recursos impedían seguir la formación académica. No estábamos preparados para aquello.

Otro tipo de situaciones, falta de espacio, personas compartiendo vivienda por falta de recursos económicos se veían desbordadas sin poder salir y respirar. Sin trabajo. Luego llegaron algunas ayudas.

También pensaba en aquellas personas que tenían que convivir bajo situaciones difíciles, sin poder ser protegidas por nadie.

En niños que no podían salir a la calle, ni podían hacer uso de tecnologías, o también podrían estar vivienda situaciones difíciles. No pensábamos en todo esto. Sólo en muertes y más muertes, de hecho era lo preocupante.

Más tarde de hecho, he conocido historias muy tristes. Las personas lo han pasado mal, ha sido un virus letal en muchos casos. Hay periodistas que han relatado su estancia en el hospital, y todo aquello que han vivido. A nivel personal por la enfermedad, no poder respirar, y tener que esperar a que otro muriese, para poder usar su respirador. Corroborar, que las personas estaban hacinadas en pasillos. Y enfermeros y médicos sin apenas instrumental para atender, y expuestos por falta de protección, al virus. De eso no se hablaba. Se supo después, personas que gravaban en hospitales. Médicos que relataban sus experiencias….

En mi caso, establecimos una rutina diaria. No tenemos balcón, ni terraza, apenas una ventana que da a la calle, pero ves el edificio de enfrente. Nos hemos pasado casi dos meses y medio sin salir a la calle. Cada pequeño rayo de sol que entraba ahí que llevaba a los nenes. Pálidos, pero felices.

Les hice manualidades, juegos, ejercicios, películas, les dejaba claro jugar a consolas, … hablábamos por videoconferencia con familiares y amigos. Y poco a poco, todo fue normalizándose, hasta el hecho de que no querían salir a la calle. No se veían seguros, y eso de llevar mascarilla, lo llevaban fatal. Fue un cambio en sus vidas. Aunque ellos no lo han notado.

Para el resto de las personas adultas, ha sido un «distanciamiento», no besos, no abrazos, restricciones de reuniones familiares. No visitas de amigos. Las casas se han cerrado a extraños y a no tan extraños. Ahora pasar a casa de alguien sin mascarilla, o tocar algo, es cómo «a ver si voy a dejar el virus y no me doy cuenta». Es raro, pero en mi familia, las cosas han cambiado. Los domingos en casa de mi madre, han desaparecido. Ahora son en mi casa, en el campo, al aire libre. Nos compramos una casa pequeña con gran espacio exterior, justo en mitad de la pandemia, cuándo ya nos dejaban salir. Fue un acierto. Es gratificante al menos saber que si ocurre algo parecido otra vez. tenemos aire qué respirar. Mis hijos son felices, y la familia viene cada fin de semana. Al menos, hemos recuperado algo de normalidad.

La vida no sigue igual, cómo decía una canción…La vida ha cambiado. Vacunas cada seis meses para ser «inmune». Sin saber qué va a pasar.

Vivimos en una incertidumbre, pero más calmada. Esperando si vendrá una variante más, o podremos quitarnos las mascarillas que llevamos desde hace dos años. Solo sé, que hay veces que tengo pena al recordar lo pasado, porque en esos momentos no era consciente de lo que a mi alrededor sucedía. No quería verlo. Ahora, me entristezco pensando que podía haber sido peor, y gracias doy, porque en nuestra familia, todo ha ido bien. Algún contagio, pero leve.

En éste párrafo sólo voy a decir: siento no haber estado, espiritualmente hablando, al lado de aquellas personas que tan mal lo pasaron durante el confinamiento. No era consciente del daño. No quería ver el sufrimiento.