Cuándo buscas en google la palabra «FELICIDAD», enseguida aparecen mil y un significados. El primero en aparecer es el de la Real Academia de la Lengua Española, y nos dice:
1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad.
3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad.
La segunda definición, viene de la Wikipedia: La felicidad es una emoción que se produce en un ser consciente cuando llega a un momento de conformación, bienestar o ha conseguido ciertos objetivos que le realizan como individuo, aunque cada persona puede tener su propio significado sobre qué significa la felicidad para ella.
La tercera e infinitas, ya vienen descritas en páginas en las que hablan psicólogos, revistas especializadas en salud, o sobre bienestar emocional, y luego ya pasamos a artículos de revistas o periódicos, tratando el tema lo mejor posible, basándose en otros artículos publicados o experiencias de pacientes o de ellos mismos.
Tal es mi caso. Me experiencia sobre la tan cuestionada FELICIDAD, y el porqué nunca llega, o creemos que nunca llegaremos a alcanzarla.
En mi caso, nunca recuerdo una felicidad plena.
Cuándo era pequeña, hasta quizá los 14 años, recuerdos vagos momentos de felicidad. Quizá cuándo estaba con mis primos, cuándo iba al pueblo a visitar a la familia, cuándo viajábamos, pero, sobre todo, cuándo jugaba en mi habitación. Sóla, sin más. Sóla con mi imaginación. Rodeada de mis muñecos a los que les daba vida y disfrutaba construyendo un mundo mágico. ¿A qué niñ@ no le gusta imaginar un mundo mágico?. Sólo que yo, siempre lo estoy imaginando. Es el mundo alternativo a pasarlo mal.
Me refugiaba en mi mundo alternativo, porque en el real, no lo pasaba muy bien. En el colegio sufría buying, pero se lo ocultaba a mis padres que ya tenían bastante con sacarnos adelante, y porque me daba vergüenza. No tenía más que una amiga, y el resto eran apenas conocidos que iban y venían, sin apenas interesarse por mí. Pero ahondar en mi infancia, será mejor tratarla desde otro enfoque.
Volviendo al tema de la felicidad, continuando otro momento de felicidad, era con mi prima segunda. La adoraba y nos llevábamos tan bien. Compartiamos todos y cada uno de los juegos. Éramos tan afines… no recuerdo a nadie más, tan parecida a mí en cuánto a gustos. Lo malo es, que fuimos creciendo, y nos fuimos distanciando. Casualmente nos reencontramos muchos años después, con niños. Y llevándolos a colegios que estaban uno, enfrente del otro. A veces, la veo y hablo con ella, y, recuerdo nuestra niñez. Y, la echo de menos. Los momentos con ella. Nunca se lo he dicho así de claro, pero realmente, le agradezco que cuándo estaba junto a ella, mis momentos malos, desaparecían por completo.
Luego crecemos, y los juguetes desaparecen, cómo digo, también la niñez. Y deja paso al instituto, y al cambio de amistades. La felicidad, llegó porque empecé a conocer a nuevas amigas, comencé a salir a discotecas, a conocer a chicos…pero llegó los tan temidos fracasos amorosos, las truncadas amistades, y el tan temido ¿por qué no tienes amigas, por qué es sábado y estás en casa?… de mi madre.
Mi madre. La quiero muchísimo, no cabe duda. Pero me ha marcado mucho su forma de ser. No quiero ser cómo ella. Pero, no se mal interprete. Mi madre es luchadora, fuerte, inteligente, nos quiere, nos protege… y ése es el «problema», que su protección, a veces me agobia. Y el agobio me hace parecer «mala persona», porque parece que no la respeto o no agradezco lo que ha hecho por mí. Y, ha hecho mucho. Pero, no puedo hacerle entender, que es mi momento. Y, que ahora toca relajarse, y vernos disfrutar de nuestros hijos. Qué somos adultas, que soy adulta, y debo enfrentarme a todo yo sóla. Contaré siempre con ella, pero a mi manera. Ya no a la suya. Sin embargo, ahí viene la infelicidad, ésto, mi madre no lo entiende.
La felicidad a través de mis ojos, es cuándo nada se interpone entre lo que quieres, lo que deseas, y lo que tienes. Nunca tendremos lo que queremos, pero podemos luchar por ello. Yo, no lucho. Me desvanezco. Siento que no tengo fuerzas para seguir. Me falta seguridad en mí misma para decir «sí puedo». Cada día, me digo «otro día más», en lugar de «Vamos a por el día».
Tengo flashes de felicidad, en mi edad ya adulta. El primer amor, las salidas a escondidas de tus padres, pequeñas mentirijillas que hacían de tu vida un poco más alocadas y fascinantes. Siempre con la intención buena, no les hice daño nunca. Tuve, mis momentos de locura. Hacer viajes con mi pareja sin que mis padres lo supiesen todo realmente. Pasar la noche fuera de casa y decirles que estaba con una amiga. Tener relaciones con chicos, sin compromiso. Y no sentirme mal por ello. No sentirme fracasada o engañada si me dejaban, o les dejaba.
Me he sentido querida muchas veces. A pesar de mis complejos. Porque mi carácter ha salido luego.
Mientras nuestras obligaciones no superen nuestras inquietudes, somos apaciblemente tranquilos. Todo fluye, con nuestros más y nuestros menos, que se dice. En el momento en el que empiezan a aparecer obligaciones, más allá de estudios… el carácter empieza a cambiar.
A mí me cambió, cuándo empecé a trabajar. Me «comían», mi falta de seguridad, nunca me ha dejado avanzar, me he conformado con todos mis puestos de trabajo, y he creído que tenía que ser así. Siempre por debajo de todos. Agachando la cabeza. Y ha seguido así, hasta que hace 6 años, me despidieron, estando embarazada de mi segundo hijo. Ya, con el primero, me hicieron la «vida imposible» en el trabajo, por pedirme reducción de jornada. Pero ésto, ya es otra historia.
Los hijos, ésto sí, nos cambia el carácter, las prioridades. Es un contraste de emociones. Felicidad plena cuándo están junto a tí, desasosiego cuándo crecen y los ver partir construyendo su propio camino. Infelicidad, si no sabes cómo equilibrar la balanza del matrimonio con los hijos. No es así, siempre, no en todos los casos, en el mío sí. Hemos dejado que la rutina se apodere de nosotros, porque mis hijos son lo primero. No buscamos ése rincón para hablar sin que seamos interrumpidos, no encontramos tiempo para una cena romántica, no podemos unir nuestras manos paseando, porque hay que estar alerta!!! «que no se escapen», o simplemente porque ya no sabemos ni estar juntos al lado uno del otro. No sé ni abrazarle, duermo de mi lado, sin mirarle. No quiero ni rozarle por si lo despierto. Y mi dolor llega a sufrimiento porque siento que estoy en un extremo totalmente opuesto al de mi marido. Y, es mi culpa. Yo, he tomado la decisión de anteponer a mis hijos y su felicidad. Aunque también, es verdad, que he intentado hablarle y explicarle que deberíamos volver a sentir lo que es «estar sólos» alguna vez. Su respuesta: «no es necesario».
FELICIDAD, sigo buscándola después de 30 años. Aunque si lo pienso, nunca he sido realmente feliz. Todavía sigo buscando el significado. Intentando buscar mi significado de la felicidad. Porque, al fin y al cabo. La felicidad, la debemos encontrar nosotros mismos.
Frases sobre la felicidad. ¿Con cuál te quedas?:
- La sabiduría es la parte suprema de la felicidad. (Sófocles)
- Solo puede ser feliz siempre el que sabe ser feliz con todo (Confucio)
- La felicidad consiste en ser libre, es decir, no desear nada (Epicteto)
- La palabra felicidad perdería su significado si no fuese equilibrada por la tristeza (Carl JunG)
- El pato es feliz en su sucio charco porque no conoce el mar (Antoine de Saint-Exupéry)
- La felicidad depende de nosotros mismos (Aristóteles)
- La verdadera felicidad es disfrutar el presente, sin dependencia ansiosa sobre el futuro (Marco Aurelio)
- La mayoría de las personas son tan felices como ellas mismas deciden ser (Abraham Lincoln)
- El dinero nunca ha hecho a un hombre feliz, ni lo hará, no hay nada en su naturaleza que produzca felicidad. Cuanto más se tiene más se quiere (Benjamin Franklin)
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